La copa dorada by Henry James

La copa dorada by Henry James

autor:Henry James [James, Henry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1904-01-01T05:00:00+00:00


Libro segundo

La Princesa

Cuarta parte

Capítulo XXV

Pasaron muchos días antes de que la Princesa comenzara a aceptar la idea de haber hecho algo que no siempre hacía; en realidad, de haber prestado oídos a una voz interior que le hablaba en un nuevo tono. Sin embargo, estas insistentes demoras de la reflexión eran fruto de reconocimientos y sensaciones ya existentes, sobre todo de la que ella había alterado, en un momento determinado, y con un solo toque de la mano; aquella situación que durante tanto tiempo le había parecido prácticamente invariable. Esta situación había ocupado, durante meses y meses, el mismísimo centro del jardín de su vida, pero se había levantado allí como una alta y extraña torre de marfil, o quizá como una maravillosamente bella, aunque exótica, pagoda, como una estructura recubierta de dura y reluciente porcelana, pintada y adornada, con salientes aleros y campanillas de plata que tintineaban cuando las agitaban ocasionales brisas. Había paseado alrededor de aquella estructura. Esto era lo que a la Princesa le parecía. Había desarrollado su existencia en el espacio que le habían dejado a su disposición para circular, un espacio que a veces le parecía anchuroso y otras, estrecho. Alzando la vista constantemente a la bella estructura tan alta y tan amplia, no conseguía averiguar, por el momento, por qué punto podría entrar en ella caso de desearlo. Pero se daba la extraña circunstancia de que la Princesa no lo había deseado hasta entonces; además, aun cuando su vista parecía distinguir lugares interiores, especialmente en la parte alta de la torre, que forzosamente debían tener la función de aberturas y miradores, no veía puerta alguna que diera acceso a la torre desde el cómodo nivel de su jardín. La gran superficie adornada había sido siempre e invariablemente impenetrable e inexcrutable. Sin embargo, actualmente en sus meditaciones Maggie tenía la impresión de que había dejado de limitarse a dar vuelta alrededor de la torre y a fijarse en sus alturas, que había dejado de mirar y maravillarse de una forma muy vaga e inevitable. Se había sorprendido a sí misma en el acto de detenerse, luego en el de quedarse largo rato detenida y, por fin, en el de acercarse llegando a un punto de cercanía sin precedentes. Aquella estructura bien hubiera podido ser, por la prohibición que se imponía de acercarse a ella, una mezquita con la que ningún infiel podía tomarse libertades, y el edificio estaba rodeado de un aire tal que sugería a la mente la imagen de descalzarse antes de entrar, incluso de pagar con la propia vida el delito de ser hallado en su interior en calidad de intruso. Desde luego, Maggie no había llegado al concepto de pagar con la propia vida un acto suyo, cualquiera que fuese. Sin embargo, se había comportado de manera que era exactamente igual que si hubiese sometido a prueba uno de los raros paneles de porcelana, golpeándolo una o dos veces. Sí, lo cierto es que Maggie había golpeado con la mano aquella estructura, pero ignoraba si lo había hecho para que le dieran entrada.



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